Vi que se volteó a la puerta y no me vio, y por un instante no le importó. Siguió caminando unos pasitos, pero luego se sintió solo y volteo al lago, y al otro lado y al otro lado y otra vez a la puerta. Y cuando supo que no estaba yo empezó a hacer quejiditos y dirigirse hacia la puerta que estaba entreabierta. La abrió y todavía no me vio adentro y fue entonces que volteó totalmente hacia mi y ya me vio y sonrió. Y ya entramos a la casa.
Eso me hizo reflexionar en cuantas veces no somos así nosotros como hijos de Dios. A veces el nos dice, ven acá, metete, ya no es momento de estar afuera, pero nosotros seguimos insistiendo en que queremos hacer lo que nosotros queremos. Y de pronto viene la soledad. Como nos separamos tantito de nuestro padre, aunque el siempre esta ahí a nuestro lado o a nuestras espaldas como hijitos pequeños, que tiene que cuidar de caerse; nos sentimos solos y comenzamos a temer. Y que hacemos, nuestro instinto nos dice: "búscalo, ve al hogar, al lugar seguro, ahí lo vas a encontrar."
Y es entonces cuando postrados pedimos redención, pedimos dirección y nos cobijamos bajo su manto, bajo su abrazo.
La reflexión es que Dios siempre está ahí, cuidándonos. El no va a dejar que nada nos pase porque somos sus hijos. Somos su tesoro más preciado. Nos da libertad y nos deja darnos cuenta que sólo en el estamos seguros, que necesitamos estar bajo su cuidado y protección. Así como M, se dio cuenta que al no ver a mami debía acercarse al lugar seguro, la casa, y una vez dentro voltear hacia arriba y ver que todo el tiempo estaba esperando abrazarlo y traerlo a esa seguridad y a ese calor de hogar.
Con cariño, Marcia.
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